lunes, 29 de julio de 2013

Санкт-Петербург

Rusia es parte de una dimensión paralela. Un mundo parecido al nuestro, pero diferente (una especie de 2Q13).

Estuvimos dos días en Moscú y fue difícil, muy difícil. Comunicarse, comprar algo, hacer trámites. Imposible. Nadie te entiende, casi nadie habla inglés, todo está en cirílico y, en lugar de ayudarte o tratar de entenderte, te dicen algo que no entendés, pero que, la mayoría de las veces, equivaldría a un andate y arreglate. El primer día, no pudimos sacar la visa para China y tuvimos tres intentos fallidos de compra de pasaje para San Petersburgo:

1) Internet: varios intentos con tres tarjetas diferentes, todas declinadas a pesar de haber llamado a Visa un par de veces. Evidentemente, la página oficial no acepta tarjetas extranjeras (o al menos algunas, las nuestras específicamente). También hay agencias que venden pasajes por internet, pero siempre un poco más caros. Es uno de los mejores medios porque está todo en inglés.

2) Estación de trenes: creo que nunca llegamos al lugar correcto. Nadie nos entendía, y nosotros no entendíamos nada (San Petersburgo, por ejemplo, se escribe como figura en el título) ni a nadie.

3) Punto de venta en otra estación de trenes: no sé qué nos dijo la cajera, pero fue algo como no te entiendo, ahorrame el esfuerzo y andate que tengo que seguir atendiendo, a pesar de que ya íbamos preparados con un papel donde figuraban los datos del tren que vimos en Internet.

Terminamos comprando los pasajes en una máquina, con la ayuda de una rusa que nos mandaron de otro planeta. Debe haber visto mi cara de desesperación y se acercó a preguntarme en inglés si necesitaba ayuda y, gracias a eso, ahora sabemos comprar pasajes en máquinas, que sí hablan inglés.

Después de aprender cómo leer un pasaje en ruso, llegamos a la estación y nos subimos al tren nocturno que nos llevaría a San Petersburgo. Esperábamos asientos, tal como decía nuestro pasaje ("Reserved Seat") dado que tuvimos que comprar el más barato por la poca anticipación con la que lo hicimos, pero nos encontramos con camas. Linda sorpresa para el cansancio que teníamos y el viaje de doce horas que nos esperaba.

Platzkart, comúnmente conocido como tercera clase. Son compartimentos abiertos, uno al lado del otro, conectados por medio del pasillo. Entran seis personas en cada uno, cuatro hacia un lado del pasillo (dos arriba y dos abajo, en forma perpendicular al pasillo), y dos al otro lado (una arriba y una abajo, paralelas al pasillo). Cada cama tiene un colchoncito y un paquete con sábanas limpias y una pequeña toalla, y frazadas para el friolento. Espacio para equipaje hay abajo de las camas de abajo, una especie de cajón donde la cama funciona como tapa, y arriba de las camas de arriba en un estante. Podría decirse que es bastante seguro. Abajo, dormís sobre tu equipaje, y arriba, el equipaje está demasiado alto como para que lo agarren sin despertarte. Además, hay encargados en cada vagón por cualquier problema, que hasta el momento y afortunadamente no experimentamos.

A nosotros nos tocó a los dos arriba de las camas marineras (en la parte donde entran cuatro); más adelante profundizaré en los pros y contras de cada lugar. Procederé a describir a nuestros primeros compañeros de viaje y los apodos con los que decidí designarlos. Debajo de Luciano, estaba Roco, un tipo grandote, pero grandote en serio, castaño con pelo cortito, que se la pasó roncando como rinoceronte, a un volumen jamás visto, o escuchado mejor dicho. Durmió las 12 horas que duró el viaje. Yo creo que interrumpió el sueño de todo el vagón. Debajo mío, estaba Hache, un hippie sucio, con rastas y olor a chivo. Del otro lado estaban las chicas, dos amigas que me ayudaron a comprender dónde estaba el baño y que cuchicheaban y tomaban cerveza. Se movieron juntas durante todo el viaje. Creo que si no hubiera sido por Roco, habría dormido las 12 horas, pero no me puedo quejar; creo que dormimos 9 de las 12.

Llegamos a San Petersburgo y, aunque retrocedimos varios casilleros tratando de llegar a destino, lo logramos y vimos que en el centro ya había un poco más de gente que habla inglés.

En San Petersburgo se inventó el strogonoff, en el Palacio Stroganov. La historia (o al menos una de las versiones) cuenta que el conde Stroganov tenía una muy mala y deteriorada dentadura, por lo que le pidió a su chef que le preparara una carne tierna que pudiera masticar fácilmente. Así el cocinero inventó el plato y, durante mucho tiempo, familias enteras podían ir a comerlo gratis al palacio. Ya no, ahora es medio caro, como todo lo que vimos de Rusia hasta el momento.

Llegamos justo para festejar el Navy Day, así que había más barcos que de costumbre, decorados con banderas, y mucha mucha gente, todos vestidos de marineritos y, la mayoría, ebrios; alguno que otro vomitaba mientras caminaba, sin parar, una destreza que jamás había visto.

Próximo destino: Moscú, en tren, clase: "common" (?). Ya veremos de qué se trata.


Hermitage (como los chinitos)


Catedral de San Isaac

 Hotel Astoria: esta parte de la ciudad no fue destruida porque Hitler quería celebrar su victoria ahí. Estaba tan convencido de que iba a poder invadir Leningrado que hasta había impreso las invitaciones con anticipación.

Las estaciones de subte: "los palacios para la gente". En la foto, una de las estaciones de subte más profundas del mundo (como cinco minutos de escalera mecánica).


Monumento a los gatos en conmemoración a los 900 días que la ciudad estuvo sitiada. La gente moría de hambre y de enfermedades, y la cantidad de ratas era cada vez mayor. Así que trajeron gatitos de todos lados para que mataran a las ratas. Hay que tirarle una moneda para tener buena suerte o para que se te cumpla un deseo; fueron varios intentos hasta que la moneda llegó a destino.



Iglesia del Salvador sobre la sangre derramada

Catedral de Kazán

Hay como 20 horas de luz, a las 00:30 todavía no termina de anochecer.

Monumento al famoso Pedro

1 comentario:

  1. Lucho, poderias avisar que te vas para Moscu, tengo algunos amigos por ahi - te ayudarían con las cosas :)

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